
Cerebro y emociones en perros, gatos… y humanos. Gestión emocional.
Esta semana he estado investigando sobre temas de cerebro, emociones y química cerebral y estoy disfrutando un montón. Además de repasar cómo ven, oyen o huelen los perros, que ya es un tema apasionante, me he adentrado en el mundo de las emociones, cómo influye el sueño en la formación de recuerdos (y, por lo tanto, en las emociones que asociamos a una u otra situación), ¡e incluso he descubierto que los perros se ríen!
Estaba dando una vuelta con mi perra pensando en cómo podía explicaros algo de todo esto sin pegaros un rollo interminable y, como siempre, ahí estaba Grufa dispuesta a inspirarme 🙂
Te cuento lo que ha pasado:
La anécdota
Mi perra ha visto un conejo hoy y lo ha perseguido. Le encanta hacerlo, aunque nunca los atrapa. Se pone toda tiesa, da brincos persiguiéndole y corre hasta que le pierde de vista.
Un rato más tarde, al final del paseo, le he atado la correa antes de pasar por una zona que sé que está llena de conejos, para que no se pegara detrás de ellos carreras y carreras con este calor.
Al acercarnos a la zona, incluso yo he visto 2 conejitos, con sus saltitos, a apenas unos metros de nosotras. Grufa se ha puesto tiesa, atenta, y “se ha planteado” correr tras ellos.


Pero le he recordado con voz suave “Grufa, vas atada”. Y en vez de salir corriendo tras ellos y llevárseme a mí detrás, pegarme un tirón que me habría mandado al suelo (tiene más fuerza de la que parece, ¡sobre todo si te pilla desprevenido!) o lloriquear frustrada, en vez de todo eso se ha quedado un ratito allí, tiesa, mirando por donde se habían ido los conejos.
Me habría salido tirar de ella un poquito con la correa, decirle “vamos”, continuar nuestro camino a casa. Pero he decidido darle unos segundos para que gestionara todo lo que acababa de pasar. No todos los días te ponen el mejor juego del mundo a tu alcance, lo más apetitoso, lo más alucinante y atractivo que te puedas imaginar, y te dicen amablemente “pero recuerda que ahora no puedes jugar con él. Sólo mirar como se aleja”.
Así que la he dejado gestionar el torrente de emociones que debían estar pasando por su cerebro. Cuando se han relajado sus músculos, ha olisqueado el suelo (sin dejar de mirar por donde se había ido el conejo, eso sí) y la he visto de nuevo “de vuelta en la Tierra”, en este planeta y no en las nubes, simplemente he empezado a caminar hacia casa y ella me ha seguido.
La he felicitado, por supuesto. Había hecho algo muy difícil que yo no sé si habría sido capaz de hacer.
Esto que acabas de leer es un episodio de gestión emocional. Algo muy complejo, o al menos que nos lo parece, porque cambiar de una emoción-muy-pero-que-muy-intensa a la simple aceptación no es nada fácil.
Es como cuando mi hijo de añito y medio corretea emocionado persiguiendo una pelota y por el camino se tropieza y cae, perdiendo de vista aquello que le interesaba y encontrándose en una posición extraña, con las manos y rodillas doloridas y sin saber lo que ha pasado.
¿Qué hacemos los adultos? O por lo menos todos con los que me he cruzado por la calle, sean conocidos o desconocidos. Antes de que al niño le haya dado tiempo a darse cuenta de la situación, ya le están estirando de un brazo, levantándolo por la fuerza diciéndole “¡Arriba! ¡Venga arriba! ¡No ha pasado nada!”.
Y yo pensando… “¿¿Pero quieres dejarle que se levante él solo??”.

Manejar las emociones en el cerebro de un animal
Que “no ha pasado nada” es una conclusión a la que debe llegar por sí mismo: darse cuenta de qué ha pasado, evaluar la situación, ver la causa y las consecuencias, comparar la situación con vivencias anteriores, detectar las emociones que le corren por dentro y decidir a cuáles hacer caso y a cuáles no. ¡Dicho así es muchísima faena para un bebé! O para un perro. O, ya puestos, para un adulto… Pero son (somos) perfectamente capaces de hacerlo. Si les damos tiempo.
Lo veo cada día con los míos. Cuando mi hijo de cae, se levanta él solito y sigue corriendo. Si se ha hecho daño de verdad, entonces me busca y me pide que le ayude a levantarse. A veces, llora un poquito.
Cuando mi perra ve que no puede perseguir a los conejos, olisquea para gestionar su frustración. Y viene a pedir su premio por lo bien que lo ha hecho. Si ese día aún no había tenido ocasión de perseguir nada, de correr, jugar con otros perros o descargar de alguna manera toda su energía acumulada, entonces tal vez gimotee un poco y me mire pidiéndome que la suelte y le deje perseguirlos.
Darse cuenta de las propias emociones, aprender a decidir si abrazarlas o apartarlas, postergarlas para un momento más adecuado (pero no demasiado alejado, y eso en un perro son apenas unos minutos) o buscar un sustituto con las que resarcirse…
Conseguir que esa emoción que te ha invadido se vaya por donde ha venido y no empañe los siguientes minutos o incluso el resto del día, como cuando un atasco yendo al trabajo o la huelga de metro te deja con mala leche el resto del día…
Todo eso es gestión emocional.
Algo que se nos da fatal en esta cultura del lo quiero todo y lo quiero ya.
Pero es algo que somos capaces de hacer.

¿Gestión emocional?
Sí, gestión emocional.
2 palabras. La primera: gestión. Implica raciocinio, pensamiento, toma de decisiones. Saber lo que sientes, conocer las opciones que tienes y decidir que eliges apartar esa emoción intensa de ganas de correr, perseguir, gritar, llorar… y sustituirla por otra de calma.
2 palabras: La segunda: emocional. ¿A estas alturas aún hay quien piensa que los animales no sienten emociones? ¿Tu perro, tu gato, no sienten rabia, alegría, tristeza, frustración, o miedo?
Por supuesto que sí.
Es que de hecho lo pienso y no entiendo cómo se puede dudar de que los animales sientan emociones. ¡Pero si las emociones las genera una parte del cerebro super primitiva, que está ahí incluso en peces y reptiles! (vale, chiquitita, muy chiquitita, pero ahí está).
Ayudar a tu peque a gestionar sus emociones
¿No te encantaría saber cómo gestionar tus propias emociones y ayudar a tu perro, a tu gato, a tu hijo… a hacer lo mismo?
Pues, la verdad, una vez sabes hacerlo no es tan difícil. Se trata de desaprender lo que nosotros hacemos cada día:
Dale tiempo. Dale espacio. Que se de cuenta de lo que ha pasado, no sobreexpliques, no le cuentes (ni te cuentes) milongas ni rollos interminables desde la parte racional de tu cerebro. Déjale sentir y familiarizarse con su cerebro emocional.
Cuando vaya por el buen camino, prémiale.
Cuando no, espera. Dale tiempo. Dale espacio.
Si la situación le supera, si estalla en llanto, ladrido, gemido… no le riñas. No es su culpa no haber podido sobreponerse a un cerebro invadido de químicos… ¡No es fácil! Está aprendiendo.
Simplemente espera a que se le pase, o sácale de esa situación si cada vez se altera más. Amablemente. Si es posible, ayúdale a canalizar toda esa energía en algo más apropiado, como perseguir una pelota.
Cuando se haya calmado, no le recrimines lo que ha pasado. Ahora está calmado. Eso está bien. Prémiale.
Poco a poco verá que es mucho más beneficioso gestionarlo de buenas que dejarse invadir por la emoción, pero no por las consecuencias negativas de la 2ª opción, sino por los beneficios de la primera.
La gestión emocional no es algo super avanzado del siglo XXI.
Es algo que hemos olvidado, pero que está en nosotros saber hacer.
La gestión emocional es fundamental. Del perro por supuesto, pero también la nuestra propia.
Porque cuando tienes delante a tu perro invadido por el pánico, cuando una vez más tu perro huye, gruñe o incluso ataca (como me pasó a mí este fin de semana pasado) por miedo, debes gestionar las emociones que te invaden a ti como dueño y que no te dejan pensar con claridad y actuar de la mejor manera posible para ayudar a tu animal.
No sólo para servir de buen ejemplo, sino para preservar tu bienestar y calma interior y para no reaccionar de mala manera y echar por tierra todo lo que habías avanzado en materia de educación respetuosa de tu animal y del vínculo que os une.
¿Te interesa el tema de las emociones que pueden o no pueden sentir los animales?
El funcionamiento del cerebro es un tema apasionante, y te ayuda a entender muchísimas cosas del día a día de tu animal, como por qué tira de la correa (y cómo conseguir que no lo haga), por qué gruñe a otros perros, o cómo ayudarle a que dejen de asustarlo los petardos.
Hablo de ello en mis cursos online; si quieres estar enterado de todo, ¡suscríbete al blog!
Por si quieres ir abriendo boca con un curso gratuito, te dejo un enlace a mi Curso Gratuito de Comunicación Canina y Felina.
También puedes hacer este test y comprobar hasta qué punto entiendes a tu mascota:
La gestión emocional es fundamental. Del perro por supuesto, pero también la nuestra propia.
Porque cuando tienes delante a tu perro invadido por el pánico, cuando una vez más tu perro huye, gruñe o incluso ataca (como me pasó a mí este fin de semana pasado) por miedo, debes gestionar las emociones que te invaden a ti como dueño y que no te dejan pensar con claridad y actuar de la mejor manera posible para ayudar a tu animal.
No sólo para servir de buen ejemplo, sino para preservar tu bienestar y calma interior y para no reaccionar de mala manera y echar por tierra todo lo que habías avanzado en materia de educación respetuosa de tu animal y del vínculo que os une.
¿Te interesa el tema de las emociones que pueden o no pueden sentir los animales?
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En el curso Bye bye miedos dedico varios temas a conocer la manera de sentir, pensar y emocionarse de los perretes. El curso está pensado especialmente para ayudar a perros con miedo, pero también se tratan ampliamente otros temas como juegos para ayudarle en su gestión emocional y te enseño a comunicarte con él y a entenderle de verdad.
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